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domingo, 3 de junio de 2012
sábado, 2 de junio de 2012
El transformista IV
-Sí,
y todas las noches de luna llena sale de caza.
-Eso
es.
-Y
siempre acaba la noche teniendo sexo con hombres.
-A
veces también me los como, y a veces me los como pero no les hago el amor.
-¿Y
se siente culpable?
-¡Culpable!
¡Muy culpable! ¡En este mismo momento me repugna la sola idea de imaginarme
haciéndole el amor a un hombre! Sepa que mis remordimientos atroces me llevaron
a pedir ayuda a la Iglesia.
-¿Recurrió
usted a un sacerdote?
-Fue
mi primera opción. Ellos saben de esas cosas, hacen exorcismos.
-¿Y
qué ocurrió?
-Me
acerqué a confesarme… Me sentía tan avergonzado… y le conté al sacerdote toda
la historia que acabo de contarle, lo de las matanzas, lo del sexo, todo.
-¿Y
le practicaron un exorcismo? Sepa usted que este tipo de ritos a veces incluso
dan resultados. El fenómeno es muy sencillo –el doctor Rovira rió satisfecho-,
en el fondo lo que se consigue es que opere el mismo mecanismo de sugestión,
pero en sentido inverso.
-Ya…
-¿Y
bien, qué ocurrió?
-Ah.
No, no me practicaron un exorcismo. El sacerdote me dijo que el sexo entre personas del mismo sexo era pecado. Arrepiéntete, me dijo, porque eres un
pecador.
-Señor
Pujol, le voy a dar un consejo: no es necesario que recurra a sus fantasías.
Acepte al lobazo que lleva dentro, y sea feliz.
-Doctor.
¿Cree que podría curarme?
-No
puedo garantizarle nada, excepto que con un poco de terapia aprenderá a
conocerse a sí mismo, y dejará de hacerle falta el lobo.
-Bueno,
pero si no dejo de convertirme en lobo, ¿podría al menos dejar de ser marica?
-Voy
a contarle una cosa, señor Pujol, ya que ha confiado en mí.
El
señor Pujol, aturdido, temeroso, asintió preparado para escuchar.
-Verá,
a mí, como a usted, me gustan las mujeres, y también estoy casado –dicho esto
el doctor le guiño un ojo-, pero a veces, cuando la enfermera no está, siento
la… -parecía tratar de elegir la palabra adecuada-, necesidad, ¡sí!, siento la
necesidad de vestirme con sus ropas y mirarme en el espejo.
El
señor Pujol miró al doctor con un gesto entre preocupado y temeroso.
-¡Eso
no es nada malo! –El doctor se levantó, rodeó la mesa en dirección a su
paciente y le dio una amistosa palmada en la espalda-. Nosotros, los hombres, a
veces necesitamos descargar tensiones, ¿no es cierto? ¡Y no a todos nos sirve
el fútbol!
-Doctor,
no sé qué decir…
-No
diga nada, amigo mío, no diga nada. Por cierto, ¿hace algo el viernes por la noche?
FIN.
Quique Castro.
viernes, 1 de junio de 2012
El transformista III
-¿Señor
Pujol?
-Lo
siento, lo siento mucho…
-¿Se
siente con fuerzas para hablar?
-No
sé, yo… -el señor Pujol no podía parar de gimotear-. Yo no quería, ¿sabe?, pero
había algo en sus ojos malignos, en el aroma que despedía su cuerpo peludo. He
leído cosas sobre las feromonas doctor, he leído que son las causantes del
deseo. No sé qué pasó, pero sin darme cuenta de lo que estaba haciendo me
encontré con que estaba devolviéndole el beso.
-Señor
Pujol, no tiene nada de qué avergonzarse, creo entender qué es lo que le
ocurre.
-Pues
dígamelo, doctor, porque yo no entiendo nada.
-Como
es natural, usted entiende el beso de otro hombre como un ataque, y su mente ha
transformado la escena en un delirio psicótico según el cual usted fue atacado
por un hombre lobo. Tal vez se tratara de un hombre muy peludo y…
-No,
no entiende nada doctor, cuando le digo que se trataba de un hombre lobo es
porque realmente se transformó en un lobo, un lobo lleno de pelo, con sus
orejas puntiagudas, y sus colmillos y sus garras, con las que me arañó mientras
sucumbía.
-¿Sucumbía?
–El doctor Rovira intuyó que iba a hacerle falta más de un Sugus.
-Sucumbí,
no sé cómo. A mí nunca me han gustado los hombres, y mucho menos los hombres
lobo, pero me hizo el amor allí mismo, en medio de un callejón perdido, y lo
siguiente que recuerdo es despertarme en la habitación de mi hotel con las
nalgas arañadas y una resaca enorme.
-¿Volvió
a ver a su agresor-amante?
-No,
pero sé que sigue trabajando en las oficinas de Madrid. Al principio quise
ponerme en contacto con él y le llame varias veces, pero me rehuía, eso lo
notas en seguida.
-¿No
quería hablar con usted de lo ocurrido?
-Ni
de lo ocurrido ni de nada, era uno de esos hombres de una sola noche que luego
desaparecen haciéndote sentir como una basura.
-Pero
señor Pujol –El doctor Rovira echó su cuerpo hacia adelante, sobre la mesa, y
miró a los ojos de su paciente para transmitirle toda su comprensión e interés
hacia su persona-. ¿No se da cuenta? Lo único que ha ocurrido es que ha tenido
una experiencia homosexual, y su cerebro trata de ocultarlo con una historia
sobre lobos y Caperucitas para…
-¿Caperucitas?
–repitió el señor Pujol.
-Bueno…
-Yo
no he dicho nada de Caperucitas.
-Es
una manera de hablar, señor Pujol, entiéndame.
-Yo
no entiendo nada, doctor, para eso vengo a usted, para ver si así entiendo
algo. Entonces, según usted, ¿en este cuento yo sería Caperucita?
-Bueno,
usted ha sido seducido por un hombre, un macho dominante, eso es un hecho.
El
señor Pujol explotó.
-¡Yo
no he sido seducido por ningún hombre! ¡Aquello no era un hombre, era un lobo!
-Entiendo
que ahora todo sea confuso para usted, pero con la terapia adecuada tal vez
llegará a entenderlo, e incluso aceptarlo. Hoy en día la homosexualidad está
vista como algo normal.
-Pero
es que yo no soy homosexual, a mí me gustan las mujeres, me gusta hacer el amor
con mi esposa, al menos me gustaba cuando lo hacíamos.
-¿Cuándo
lo hacían?
-Bueno,
hace un año que tuvimos a nuestro hijo y desde entonces casi no me ha dejado
tocarla, pero entiendo que debe ser algo hormonal.
-Así
es –dijo el doctor Rovira, y comenzó a reír con aire de satisfacción.
-¿De
qué se ríe ahora, doctor?
-Me
río de que todo es asombrosamente simple, señor Pujol, y cada detalle que me
da, cada cosa que me cuenta, viene a reafirmarme en mis suposiciones.
-No,
no, no –El señor Pujol escondió la cara entre las manos.
-¡Sí,
señor Pujol, sí! ¡Todo es de una claridad meridiana! Su mujer no quería
acostarse con usted debido al cambio hormonal que supone la lactancia, pero
usted quería satisfacer sus instintos sexuales, por eso su mente perturbada
inventó toda esta historia de la violación para excusarse ante usted mismo por
su conducta.
-¿Ah
sí?, ¿y entonces porque no practiqué el acto con una mujer loba?, ¿puede
explicarme eso?
-Ja
Ja Ja ¡Qué simples son ustedes, los pacientes! Oh, lo siento, no quiero
ofenderle, pero usted mismo tiene la clave de su conducta delante de las
narices. A usted le gustan las mujeres, pero sólo ama a su mujer, ¿no es así?
-Así
es, ya se lo he dicho.
-Por
eso decidió hacer el amor con un hombre. De este modo, mezclando sus fantasías
erótico zoofílicas, usted satisfaría sus impulsos sin estar poniéndole los
cuernos a su mujer.
-Pero
doctor, es que sólo siento deseo hacia el sexo masculino cuando me convierto en
hombre lobo.
-¡Hombre
lobo! –el doctor Rovira reía satisfecho tanto por la riqueza imaginativa de la
mente culpable de su paciente como por la satisfacción que le causaba haber
llegado al meollo de la cuestión sin haber transferido al paciente al
departamento de psicología, ¡y en una sola sesión!
-Soy
un hombre lobo gay –doctor.
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