tus inabarcables ojos limpios de tiempo,
a través de los míos, que se funden, suaves,
rendidos ya, y se descargan del día
para llenarse de tu sustancia breve, eterna,
sólo de ti.
El sabor nuevo frunce tu boca, pintada de sol,
y yo me asomo al vértigo de tu amanecer
absorto y deslumbrado. Sé que apenas seré capaz
de sostener por más tiempo el gajo,
que aparto, pulpa ya.
Luego me chupo los dedos
y te doy un beso.
Para Lucía.
Quique Castro.