Convertida la apostasía en la única desembocadura coherente a nuestro reguero vital, comprobado que el fraude soborna el modus vivendi de la cada vez más egregia caterva de veleidosos papanatas, juicioso el Viernes, propone unos clásicos, una considerable pero nunca desatinada cantidad de marisco, un iracundo golpe de martillo a la péndola y un exorcismo en forma de burofax mediada la hora de las sombras, porque para ser feliz, ya ven, a uno no le hace falta demasiado, sin hacerle ascos a aquel camión, no se vayan a figurar que amén de con un bolchevique, intiman con un gilipollas, nada más alejado de la realidad. Como bien señala en cada peregrinación el irreemplazable Agente Rouco, a todas luces imbuido por la praxis zen del singular Páter Menocal, es más rico el que menos precisa, no el que más atesora, aunque haciendo una frívola disección del alma, de lo divino en lo humano apenas encontramos muecas pendientes de filiación, tal vez algún lavado de cara de más de un cabrón mogrollo que apadrina niños a costa de los chicotes que me gorronea, y es que la cosa está fea créanme, los hippies nos invaden por un lado y por otro, los temibles reaccionarios, nos encontramos atrapados entre los muros de la hipocresía, no nos queda papel y el despertador ya ha sonado hace un rato, preguntándonos con indignación sobre el inexplicable motivo de continuar tendidos en el petate...
Por lo
tanto, rematados los innecesarios preliminares, tomemos un respiro guardando la
pólvora a buen recaudo, en este bendito país al Norte de la
Madrileñísima, la humedad cala los huesos y malbarata lo endeble, barroco e intensamente
ampuloso, pese a que de entre los delirios de este fósil rebrote de vez en
cuando alguna tormentosa recapitulación, que bien actuaría reposando entre los
restos de la mugre, entreverada entre los residuos, porque de tal naturaleza es
su repulsiva esencia y su tendencia natural, el eterno retorno a origen, vil,
corrupto, ignominioso y viciado. Pero dejemos de lado la poética y
abandonémonos sin profilaxis ni matices a la fiera honestidad, reconozcamos que
ciertas horas son para encontrarse a solas catando Four Roses, excelente
alternativa al precio del Jack y desde luego a la recua de pérfidos ególatras
viscosos que solo ansían nuestra compañía en un fútil intento de esquivar el
abandono, alejados del anhelo de nuestra flema, indulgencia y no menos controvertida sabiduría. Asumamos
pues, que cierta parte de uno anhela la monotonía, las rigurosas pautas reveladoras
del tamaño de nuestro enemigo y la intensidad de nuestro esfuerzo, bien sabido
es que la Gran Aventura vació todas nuestras energías aquella noche en la que le
dimos el dernier au revoir al occiso
de la sandez en el túmulo de las causas prohibidas, donde se ulceran los huesos
de Milady de Winter y marchitan las únicas flores de galantería, las de su
ensalzado sepelio. Seamos rectos propongo, desnudemos nuestra alma acatando que
mantenemos ciertas dudas acerca de la imagen que nos devuelve el espejo, la de
ese desconocido que nos recuerda vagamente a uno mismo en otra época, mucho más
tierno y enérgico, pero tan airado como siempre, al fin y al cabo nos hace
recordar al lobo que algunos cobijamos, felizmente
a buen recaudo, o al menos eso quiero creer, y una vez hallada la conciliación,
reflexionemos sobre lo sólido, lo efectivamente trascendente y relevante,
ajenos a intolerables referencias del pasado, crueles castigos innecesarios
sobre los que no debemos realizar mención, ni pintadas ofensivas en las letrinas
de las terminales tabernas aniquiladas por la maldita crisis y la Ley
Antitabaco o tal vez, por las depravadas maquinaciones de esos facinerosos
conspiradores a los que por el momento, no he logrado adjudicarles rostro,
aunque sí consigo identificar con suma expedición., que sí, son los que
piensan, por eso parece sensato mirar hacia las estrellas y contemplar deslumbrados
el reflejo conjeturado por el cristal, un tipo penetrante al que hemos
aprendido a consentir, con sus desperfectos, virtudes y excesos de vehemencia,
porque ¡hossana!, ha llegado la hora de concienciarse de que el cine es un
imprescindible arte derivado de la mentira, una dama que trata de persuadirnos
de que soñar nada cuesta, reservándose para sí que el realismo arroja que de
perseverar anegados en la fantasía más de un instante, nos expone a ser
gobernados por la demencia, aquella que nos priva de la lucidez prematuramente,
y sin embargo, redentora de aprensiones y vínculos, acaudillándonos con firmeza
hacia la apasionante libertad como individuos, first we take Manhattan, then we take Berlin (*), queridísimo
Valmont, sigamos ciñéndonos a la impertinencia...
Rafael Real, conde de Montecristo.
Blog: Nuestra casa, la Tasca: http://ciudadanotasca.blogspot.com.es/
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