El
trineo estaba detrás de unos matorrales, junto a la carretera. Los dos hombres
se acercaron despacio y se quedaron mirando estupefactos. El reno les miró con
indiferencia, apuntándoles con su extraña nariz roja, y volvió a husmear la
hierba como si no los encontrara nada interesantes.
-¿Qué es esto? -dijo uno de ellos, el que llevaba un
gorro con las orejeras anudadas en la barbilla
-Un trineo -dijo el de la barba y el pelo largos.
-Ya veo que es un trineo, ¿pero has visto el tamaño
que tiene?, ¿y qué coño hace aquí, si ni siquiera hay nieve?
-No lo sé, ¿qué lleva detrás?
El de barba se rio.
-Parece el trineo de Papa Noel -dijo.
-Bueno, vamos a ver qué lleva dentro.
La parte de atrás del trineo estaba cubierta por una
lona sujeta a la estructura por cuerdas anudadas. Los hombres se acercaron y
trataron de deshacer los nudos, pero no podían.
-¿Tenéis un pitillo? -dijo una voz. Los dos se
volvieron con un sobresalto, pero no vieron a nadie. El reno de la nariz roja
les estaba mirando.
-¡Quién está ahí! -dijo uno de los dos hombres.
El reno les miraba fijamente.
-He dicho que si tenéis un pitillo -repitió.
El hombre de barba pegó un salto atrás, chocó con la
lona y resbaló hasta caer de culo en el suelo, el del gorro se quedó mirando al
reno con aire desconfiado.
-¡Un buen truco! -gritó- ¡Y ahora sal de donde estés
para que podamos verte!
El reno resopló con cansancio.
-Oye tío -dijo-, sólo quiero saber si tenéis un
pitillo, eso es todo.
-¡Joder, el reno habla! -dijo el de barba mientras se
levantaba del suelo.
-Sí, un reno que habla -se rio el del gorro-, seguro.
Vamos a ver qué lleva nuestro amigo gracioso, ya verás cómo sale de dónde
quiera que esté.
-Sí, vamos a ver qué lleva -dijo el otro.
Los dos tiraron con fuerza de las cuerdas, sin embargo
los lazos no cedían, y así estuvieron durante un buen rato, hasta que el del
gorro se quedó quieto, como petrificado.
-¿Qué pasa, por qué no me ayudas? -dijo su compañero,
pero antes de que este pudiera contestarle escucharon aquella voz detrás de
ellos, una voz áspera y correosa, muy diferente a la que habían escuchado
antes.
-Está bien, hijos de puta, ahora daros la vuelta muy
despacio. -Los dos hombres se volvieron.
Delante de ellos, apuntándoles con una recortada,
estaba aquel hombre viejo y gordo, vestido con un anorak de color rojo que le
llegaba hasta los pies, sucio y con agujeros a través de los cuales salían
algunas plumas. Tenía una espesa barba blanca que relucía bajo la luna, y
debajo de su gastado gorro asomaban unas hebras de pelo blanco y unas espesas
cejas grises bajo las cuales alumbraban dos ojillos oscuros y vivos.
-Oye tío, sólo... sólo queríamos saber qué llevabas
ahí -dijo el del gorro, con voz
temblorosa.
-¿Así que queréis saber qué es lo que llevo en mi
trineo, eh?
-Sí -dijo el de barbas-, es lo único que queríamos
saber.
-¿Cómo te llamas? -dijo el viejo.
-¿Que cómo me...?
-¡He dicho que cómo te llamas, hijoputa, y no voy a
repetir la pregunta! -La escopeta se acercó más a la nariz del hombre, que no
se atrevía ni a sorberse los mocos que le resbalaban por la comisura de la
boca.
-Ignacio...
-Ignacio qué más.
-Ignaciocifuentesgarcia -dijo, muerto de miedo. Aunque
hubiera querido no hubiera podido oponerse a la voluntad del viejo que le
apuntaba.
-¿Y tú? -le preguntó al de barbas.
-Federico... Federico López... Bermejo.
El viejo retiró la escopeta de la nariz de Ignacio y
se quedó un rato pensativo, unos instantes que para los dos hombres fueron
eternos.
-Así que Ignacio y Federico –dijo, y sonrió como si
cayera en la cuenta de algo.
-S... sí.
-¿Y queréis saber qué llevo en mi trineo?
-Sí, pero nos da igual, de verdad -dijo el de barbas-.
No queríamos molestarte tío. Nos vamos y ya está, no nos volverás a ver.
-Pues empezad a correr ya. -El viejo bajó la
escopeta-. Y no os detengáis hasta que lleguéis a vuestras casas.
Los dos hombres echaron a caminar por dónde habían
venido, pero el viejo les llamo de nuevo.
-¡Ignacio! ¡Federico!
Los dos se dieron la vuelta, muy despacio.
-¿Queréis saber qué llevo en mi trineo?
-No... yo no... por favor... -gimotearon.
-Os lo diré. Lo que llevo... para vosotros... ¡es
carbón!
Los dos hombres estaban a punto de echarse a llorar,
pero el viejo se echó a reír sin poder contenerse. Era una risa extraña, una
risa casi inhumana, pero familiar al mismo tiempo. Sonaba algo así como
"Ho Ho Ho".
-Largo de aquí, gilipollas -dijo.
Cuando por fin se quedó solo, el viejo gordo revisó
las cuerdas de su carga, dejó la escopeta en el asiento y se subió al trineo.
El reno de la nariz roja se volvió hacia él y le preguntó:
-¿Te has acordado de mi tabaco?
El viejo se metió la mano dentro del anorak y sacó un
paquete de Ducados, lo abrió, se puso uno en la boca, aspiró una calada y luego
se lo puso al reno en la boca. El reno aspiró hasta consumir casi la mitad del cigarrillo y luego se lo comió.
-Joder -dijo-, no hay nada como un cigarrillo después
del trabajo.
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