La Barcelona nocturna se ha convertido en un horror sin identidad, una ciudad prostituida y moldeada al capricho de los guiris. No es auténtica y cada vez tiene menos gracia, a no ser que seas alemán, inglés, italiano o de cualquiera
de esos países en los que el alcohol es caro.
En este circuito de guiris despendolados ellos se reúnen para la “happy hour” en los pub irlandeses para ver el partido de la premier, y ellas se pasean bamboleantes con sus diademas con pequeñas pollas de plástico en la cabeza. Nadie les gana en estilismo, con mucho rosa, mucho brillante y muy tatuados. Los verás por la Barceloneta, el Puerto Olímpico y por la Rambla, el famoso paseo que por la noche está infestado de prostitutas (las africanas a un lado y los travelos al otro), trileros, carteristas y negocios de suvenires en los que podrás comprar tu propio gorro mejicano.
En este circuito de guiris despendolados ellos se reúnen para la “happy hour” en los pub irlandeses para ver el partido de la premier, y ellas se pasean bamboleantes con sus diademas con pequeñas pollas de plástico en la cabeza. Nadie les gana en estilismo, con mucho rosa, mucho brillante y muy tatuados. Los verás por la Barceloneta, el Puerto Olímpico y por la Rambla, el famoso paseo que por la noche está infestado de prostitutas (las africanas a un lado y los travelos al otro), trileros, carteristas y negocios de suvenires en los que podrás comprar tu propio gorro mejicano.
La comida es mala, como norma general; paella con un
arroz con el que podrías tapar los agujeros de la pared, sangría de tetrabrik y
tapas que no lo son (en lugar del pequeño platillo acompañado de un trozo de pan te
endosan una ración grande con cuchillo, tenedor y panera). Puedes refugiarte en las franquicias de los
bares de pinchos vascos, pero son prácticamente igual de impersonales, al fin y al cabo todo
está pensado para exprimir al guiri, para mimarlo, para que suelte su dinero a
gusto.
Los bares del centro son un festival de variado
diseño y psicodelia decorativa de esos que lo mismo podrías encontrarte en
Londres, Berlín y otras grandes capitales, se sirve mucho mojito, mucha
caipiriña, mucho sex on the beach y mucha fruta de la pasión, que vete a saber
lo que es eso. Y uno acaba hastiado de tanto camarero “guay” (en los últimos cuatro años tienes que llevar por convenio al
menos un brazo completamente tatuado) y acaba echando de menos al camero de camisa
blanca y palillo premolar. Y por supuesto también se echa de menos una calle como La Barrera
en La Coruña, el Laurel en Logroño, o El Tubo en Zaragoza, por no hablar de
Granada, Madrid o prácticamente cualquier sitio de España, porque tengo la sensación de que en cualquier ciudad hay
más marcha que en Barcelona. Barcelona ganará, eso sí, en número de guiris meando
en la calle, y por goleada, como les gusta a ellos.
Las discotecas son lo máximo y vienen los mejores
DJ (o sea, pincha discos), otra vez como en cualquier otra ciudad de Europa, si
te va ese rollo. Pero si vienes, te recomiendo que te des una vuelta por el carrer
Blai o por el barri de Gracia. No te encontrarás el ambiente de vinos del resto de España, con la
gente de pie en medio de la calle, mezclándose, entrando y saliendo porque en Barcelona
está prohibido beber en la calle a no ser que seas guiri, y porque la
catalanitat es muy de lanzarse corriendo en cuanto ven una mesa libre para estar toda
la panda junta, pero hay unos cuantos bares que se mantienen y pueden resultar interesantes. Los barrios tratan de resistir, a ver lo que duran.
Quique Castro.
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