domingo, 19 de febrero de 2012

"Breve encuentro" (1945) de David Lean

Al mencionar a David Lean, los aficionados al cine lo asociarán inmediatamente a superproducciones como “El puente sobre el río Kwai” (1957), “Lawrence de Arabia” (1962) o “Doctor Zhivago” (1965). Menos lo recordaran como el director de la versión de “Oliver Twist” de 1948, basada en la novela de Charles Dickens, de quien precisamente se cumplen doscientos años de su nacimiento, y, ya que estamos, por qué no mencionar la magnífica pero injustamente olvidada “La hija de Ryan” (1970). Con las tres superproducciones mencionadas al principio alcanzó sus más altas cotas de popularidad, pero a mí me gustaría hablar ahora de una sus mayores obras maestras, una joya indiscutible: “Breve encuentro”.
“Breve encuentro” (1945) es una de las cuatro películas que Lean hizo basadas en obras de teatro de Noel Coward y...
Pero todo este rollo podéis encontrarlo en Internet a poco que busquéis. También encontraréis un montón de reseñas, todas buenas, y ¿por qué? Porque es sencillamente magnífica, una verdadera joya, paradigma de las películas románticas cuya influencia podemos rastrear en muchas otras, como “Enamorarse”, con Robert de Niro y Meryl Streep (tirando a remake encubierto) o “Los puentes de Madisson”.
En esta película se narra el amor imposible entre Laura (Celia Johnson) y un médico encarnado por Trevor Howard, ambos felizmente casados hasta que se encuentran casualmente en una estación de tren y él la ayuda con una minúscula mota de carbón que se le ha metido en el ojo. Los dos actores están increíbles en sus respectivos papeles, sobre todo Celia Johnson, que se debate toda la película entre la amargura y la culpabilidad del remordimiento y la ilusión de sentirse realmente enamorada.
Porque si algo nos deja claro la película en todo momento es que se trata de un amor de esos que aparecen como un caballo en una cacharrería para recordarnos que la pasión es algo más que la costumbre o el miedo al abandono. Tal vez la historia hoy en día resulte un tanto incomprensible; en la vida real, los protagonistas optarían por la separación de bienes e hijos, o acabarían por aburrirse al cuarto polvo cornamental, pero aquí nos las vemos con dos caracteres nobles que deciden sacrificarse para no hacer daño a las personas que quieren, todo envuelto en una textura de peli antigua con trenes que van y vienen (y que a veces se pierden para siempre), andenes con humo y pasajeros con sombrero que esperan a que el tren de sus vidas pase tal vez por última vez.
Impera tanto en el cine como en las series la narrativa veloz, se pierde o se gana al espectador en el prólogo, por eso los primeros diez minutos han de ser impactantes. En “Breve encuentro”, los primeros minutos corresponden a una pareja que se mira en silencio en la cafetería de un bar. Somos intrusos que asaltan la privacidad de una pareja anodina, una pareja como cualquier otra. Podría ser que acabarán de discutir, o que estén aburridos, o cansados después de haber pasado todo el día de compras, ¿y a quién puede importarle? Para colmo a continuación no explota una bomba, ni ella es una espía alemana que saca una lüger del liguero y dispara a la egregia frente de Trevor Howard, lo que ocurre es que una charlatana cotilla amiga de ella entra en escena y empieza a cacarear sin ton ni son acerca de cosas que al espectador no le interesan lo más mínimo, y, por lo que vemos, a la pareja tampoco, (a estas alturas de la peli puedo imaginar a teóricos del guión como Robert McKee, o ya no digamos el inefable Blake Snyder, preguntando donde está la conspiración que amenaza la paz mundial, en fin). Luego él se despide y desaparece, y Celia Johnson llega a su casa, donde le esperan dos hijos estupendos y un marido atento y cariñoso que hace el crucigrama mientras ella, con la labor sobre las rodillas, ensaya un silencioso discurso de culpa como si se condenara ante él. De este modo, el flash back nos irá revelando esta minúscula historia cuyo sentido aprehendemos a medida que avanza el metraje.
Así volveremos de nuevo al día presente, pero ya sabremos que la pareja que esperaba en silencio no era un matrimonio enfadado, aburrido o cansado, sino dos enamorados renunciando el uno al otro para no hacer daño a los que les rodean, y sabremos también que aquellos eran los últimos minutos que tenían para verse en silencio antes de que Trevor Howard tomara el tren, y entendemos entonces que la maldita cotorra aparece de repente sólo para interrumpir este sacrosanto momento de la despedida y así, cruelmente, arrebatarles el único consuelo al que esta pareja parecía tener derecho, que era el de pasar a solas sus últimos momentos juntos. Creo que ha habido pocos malos de cine a los que haya odiado tanto como a esta maldita cotorra.
Imposible, además, no mencionar la banda sonora, basada en el concierto para piano núm. 2 de Rachmaninov, una célebre melodía que, mucho más tarde, versionaría en clave pop Eric Carmen con el tema “All by myself”, sobre el que volvería Celine Dion con un éxito arrollador.
La valentía de David Lean, o su creatividad, consiste en proponer un papel femenino en el que la mujer no es solamente la bella carcasa que vehicula las acciones de un protagonista masculino, ni madre incolume, ni puta perversa y fatal. Se trata de un personaje coherente con la realidad social de una época en que la mujer comenzaba a reclamar cotas de independencia antes jamás imaginadas, sobre todo a raíz de su participación activa en la Segunda Guerra Mundial, y que tal vez, a muchos hombres, les hizo preguntarse, como al marido de Celia Johnson al final de la película, qué tipo de sueños tenían sus mujeres.

Quique Castro

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