viernes, 27 de diciembre de 2013

No les toques la cantera.

Parece ser que existe cierta desigualdad entre los equipos de fútbol españoles que preocupa a algunos aficionados, sobre todo a los hinchas de los equipos más modestos y con menos presupuesto. Algunos de estos aficionados se llevan las manos a la cabeza ante las ventajas fiscales de que gozan algunos clubes, y con razón, y se saben al dedillo los tejemanejes jurídicos en que andan metidos unos y otros para solventar sus deudas.

Todo esto aumenta la brecha que existe entre los grandes y los pequeños, aseguran, con lo que los grandes son cada vez más grandes y los pequeños lo son cada vez más. Esto no puede ser, ¡es injusto!, claman indignados, convencidos de que estas prácticas van en perjuicio del fútbol en general.

A estos equipos grandes se les permite endeudarse sin límite (tanto es así que desde Bruselas han llamado la atención sobre el asunto), de modo que, si quieren un buen jugador salido de la cantera de un club pequeño, no tienen más que poner un cheque encima de la mesa, y llevárselo, mientras que los clubes más humildes están tan ahogados que han de vender a precio de saldo la joya que ha salido de sus yermos campos de grava.

¿Esto está bien? ¡Claro que no!, te responderán. Haría falta un sistema más equitativo, un reparto más justo. Sin embargo si les preguntas a los equipos grandes te dirán que así son las reglas del juego, que ellos no hacen nada ilegal, y es más, te dirán que para ellos el mundo del fútbol no sale perdiendo, porque el mundo del fútbol son ellos.

La verdad es que a mí el fútbol no me importa demasiado, me gusta verlo, me alegra que gane el Depor y sigo las grandes citas, a ser posible con mis amigos y tomando unas cervezas, pero sólo quería poner este ejemplo para hablar de las desigualdades a que da origen el sistema económico en que estamos inmersos.

Conozco gente a la que le encanta el fútbol, que reconoce los problemas a los que aludía anteriormente y que además es consciente de las injusticias sociales del sistema, en nuestro propio país desde hace unos pocos años, y en el mundo entero desde hace muchos más.

Pero también conozco otro tipo de gente a la que este sistema capitalista le parece el más justo, y que afirma que el dinero se regula solo, y que considera un gaje de la oferta y la demanda que un país rico compre café casi regalado, o que tenga un superávit de trigo tan grande que pueda venderlo por debajo del precio de producción de otros países pobres, con lo que acaban con el comercio de este país, y además con su modo de subsistencia. Porque el problema es cuando te toca vivir en un país de segunda división, o de tercera, entonces tal vez el sistema no te parece el más justo, y empiezas a ver que los ricos son cada vez más ricos, y los pobres cada vez lo son más, y exclamas indignado ¡es injusto!

Pero ellos te dirán que así son las reglas del juego, que esos países no hacen nada ilegal, y que además el mundo no sale perdiendo, porque el mundo “es” esos países, tanto es así, que te los pondrán como ejemplos de convivencia y democracia donde no les importaría vivir.


Pero eso sí, no les toques la cantera.

Quique Castro.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Un cigarrillo después del trabajo (cuento de Navidad).

El trineo estaba detrás de unos matorrales, junto a la carretera. Los dos hombres se acercaron despacio y se quedaron mirando estupefactos. El reno les miró con indiferencia, apuntándoles con su extraña nariz roja, y volvió a husmear la hierba como si no los encontrara nada interesantes.
-¿Qué es esto? -dijo uno de ellos, el que llevaba un gorro con las orejeras anudadas en la barbilla
-Un trineo -dijo el de la barba y el pelo largos.
-Ya veo que es un trineo, ¿pero has visto el tamaño que tiene?, ¿y qué coño hace aquí, si ni siquiera hay nieve?
-No lo sé, ¿qué lleva detrás?
El de barba se rio.
-Parece el trineo de Papa Noel -dijo.
-Bueno, vamos a ver qué lleva dentro.
La parte de atrás del trineo estaba cubierta por una lona sujeta a la estructura por cuerdas anudadas. Los hombres se acercaron y trataron de deshacer los nudos, pero no podían.
-¿Tenéis un pitillo? -dijo una voz. Los dos se volvieron con un sobresalto, pero no vieron a nadie. El reno de la nariz roja les estaba mirando.
-¡Quién está ahí! -dijo uno de los dos hombres.
El reno les miraba fijamente.
-He dicho que si tenéis un pitillo -repitió.
El hombre de barba pegó un salto atrás, chocó con la lona y resbaló hasta caer de culo en el suelo, el del gorro se quedó mirando al reno con aire desconfiado.
-¡Un buen truco! -gritó- ¡Y ahora sal de donde estés para que podamos verte!
El reno resopló con cansancio.
-Oye tío -dijo-, sólo quiero saber si tenéis un pitillo, eso es todo.
-¡Joder, el reno habla! -dijo el de barba mientras se levantaba del suelo.
-Sí, un reno que habla -se rio el del gorro-, seguro. Vamos a ver qué lleva nuestro amigo gracioso, ya verás cómo sale de dónde quiera que esté.
-Sí, vamos a ver qué lleva -dijo el otro.
Los dos tiraron con fuerza de las cuerdas, sin embargo los lazos no cedían, y así estuvieron durante un buen rato, hasta que el del gorro se quedó quieto, como petrificado.
-¿Qué pasa, por qué no me ayudas? -dijo su compañero, pero antes de que este pudiera contestarle escucharon aquella voz detrás de ellos, una voz áspera y correosa, muy diferente a la que habían escuchado antes.
-Está bien, hijos de puta, ahora daros la vuelta muy despacio. -Los dos hombres se volvieron.
Delante de ellos, apuntándoles con una recortada, estaba aquel hombre viejo y gordo, vestido con un anorak de color rojo que le llegaba hasta los pies, sucio y con agujeros a través de los cuales salían algunas plumas. Tenía una espesa barba blanca que relucía bajo la luna, y debajo de su gastado gorro asomaban unas hebras de pelo blanco y unas espesas cejas grises bajo las cuales alumbraban dos ojillos oscuros y vivos.
-Oye tío, sólo... sólo queríamos saber qué llevabas ahí -dijo el del gorro, con  voz temblorosa.
-¿Así que queréis saber qué es lo que llevo en mi trineo, eh?
-Sí -dijo el de barbas-, es lo único que queríamos saber.
-¿Cómo te llamas? -dijo el viejo.
-¿Que cómo me...?
-¡He dicho que cómo te llamas, hijoputa, y no voy a repetir la pregunta! -La escopeta se acercó más a la nariz del hombre, que no se atrevía ni a sorberse los mocos que le resbalaban por la comisura de la boca.
-Ignacio...
-Ignacio qué más.
-Ignaciocifuentesgarcia -dijo, muerto de miedo. Aunque hubiera querido no hubiera podido oponerse a la voluntad del viejo que le apuntaba.
-¿Y tú? -le preguntó al de barbas.
-Federico... Federico López... Bermejo.
El viejo retiró la escopeta de la nariz de Ignacio y se quedó un rato pensativo, unos instantes que para los dos hombres fueron eternos.
-Así que Ignacio y Federico –dijo, y sonrió como si cayera en la cuenta de algo.
-S... sí.
-¿Y queréis saber qué llevo en mi trineo?
-Sí, pero nos da igual, de verdad -dijo el de barbas-. No queríamos molestarte tío. Nos vamos y ya está, no nos volverás a ver.
-Pues empezad a correr ya. -El viejo bajó la escopeta-. Y no os detengáis hasta que lleguéis a vuestras casas.
Los dos hombres echaron a caminar por dónde habían venido, pero el viejo les llamo de nuevo.
-¡Ignacio! ¡Federico!
Los dos se dieron la vuelta, muy despacio.
-¿Queréis saber qué llevo en mi trineo?
-No... yo no... por favor... -gimotearon.
-Os lo diré. Lo que llevo... para vosotros... ¡es carbón!
Los dos hombres estaban a punto de echarse a llorar, pero el viejo se echó a reír sin poder contenerse. Era una risa extraña, una risa casi inhumana, pero familiar al mismo tiempo. Sonaba algo así como "Ho Ho Ho".
-Largo de aquí, gilipollas -dijo.
Cuando por fin se quedó solo, el viejo gordo revisó las cuerdas de su carga, dejó la escopeta en el asiento y se subió al trineo. El reno de la nariz roja se volvió hacia él y le preguntó:
-¿Te has acordado de mi tabaco?
El viejo se metió la mano dentro del anorak y sacó un paquete de Ducados, lo abrió, se puso uno en la boca, aspiró una calada y luego se lo puso al reno en la boca. El reno aspiró hasta consumir casi  la mitad del cigarrillo y luego se lo comió.

-Joder -dijo-, no hay nada como un cigarrillo después del trabajo.