miércoles, 11 de diciembre de 2013

Un cigarrillo después del trabajo (cuento de Navidad).

El trineo estaba detrás de unos matorrales, junto a la carretera. Los dos hombres se acercaron despacio y se quedaron mirando estupefactos. El reno les miró con indiferencia, apuntándoles con su extraña nariz roja, y volvió a husmear la hierba como si no los encontrara nada interesantes.
-¿Qué es esto? -dijo uno de ellos, el que llevaba un gorro con las orejeras anudadas en la barbilla
-Un trineo -dijo el de la barba y el pelo largos.
-Ya veo que es un trineo, ¿pero has visto el tamaño que tiene?, ¿y qué coño hace aquí, si ni siquiera hay nieve?
-No lo sé, ¿qué lleva detrás?
El de barba se rio.
-Parece el trineo de Papa Noel -dijo.
-Bueno, vamos a ver qué lleva dentro.
La parte de atrás del trineo estaba cubierta por una lona sujeta a la estructura por cuerdas anudadas. Los hombres se acercaron y trataron de deshacer los nudos, pero no podían.
-¿Tenéis un pitillo? -dijo una voz. Los dos se volvieron con un sobresalto, pero no vieron a nadie. El reno de la nariz roja les estaba mirando.
-¡Quién está ahí! -dijo uno de los dos hombres.
El reno les miraba fijamente.
-He dicho que si tenéis un pitillo -repitió.
El hombre de barba pegó un salto atrás, chocó con la lona y resbaló hasta caer de culo en el suelo, el del gorro se quedó mirando al reno con aire desconfiado.
-¡Un buen truco! -gritó- ¡Y ahora sal de donde estés para que podamos verte!
El reno resopló con cansancio.
-Oye tío -dijo-, sólo quiero saber si tenéis un pitillo, eso es todo.
-¡Joder, el reno habla! -dijo el de barba mientras se levantaba del suelo.
-Sí, un reno que habla -se rio el del gorro-, seguro. Vamos a ver qué lleva nuestro amigo gracioso, ya verás cómo sale de dónde quiera que esté.
-Sí, vamos a ver qué lleva -dijo el otro.
Los dos tiraron con fuerza de las cuerdas, sin embargo los lazos no cedían, y así estuvieron durante un buen rato, hasta que el del gorro se quedó quieto, como petrificado.
-¿Qué pasa, por qué no me ayudas? -dijo su compañero, pero antes de que este pudiera contestarle escucharon aquella voz detrás de ellos, una voz áspera y correosa, muy diferente a la que habían escuchado antes.
-Está bien, hijos de puta, ahora daros la vuelta muy despacio. -Los dos hombres se volvieron.
Delante de ellos, apuntándoles con una recortada, estaba aquel hombre viejo y gordo, vestido con un anorak de color rojo que le llegaba hasta los pies, sucio y con agujeros a través de los cuales salían algunas plumas. Tenía una espesa barba blanca que relucía bajo la luna, y debajo de su gastado gorro asomaban unas hebras de pelo blanco y unas espesas cejas grises bajo las cuales alumbraban dos ojillos oscuros y vivos.
-Oye tío, sólo... sólo queríamos saber qué llevabas ahí -dijo el del gorro, con  voz temblorosa.
-¿Así que queréis saber qué es lo que llevo en mi trineo, eh?
-Sí -dijo el de barbas-, es lo único que queríamos saber.
-¿Cómo te llamas? -dijo el viejo.
-¿Que cómo me...?
-¡He dicho que cómo te llamas, hijoputa, y no voy a repetir la pregunta! -La escopeta se acercó más a la nariz del hombre, que no se atrevía ni a sorberse los mocos que le resbalaban por la comisura de la boca.
-Ignacio...
-Ignacio qué más.
-Ignaciocifuentesgarcia -dijo, muerto de miedo. Aunque hubiera querido no hubiera podido oponerse a la voluntad del viejo que le apuntaba.
-¿Y tú? -le preguntó al de barbas.
-Federico... Federico López... Bermejo.
El viejo retiró la escopeta de la nariz de Ignacio y se quedó un rato pensativo, unos instantes que para los dos hombres fueron eternos.
-Así que Ignacio y Federico –dijo, y sonrió como si cayera en la cuenta de algo.
-S... sí.
-¿Y queréis saber qué llevo en mi trineo?
-Sí, pero nos da igual, de verdad -dijo el de barbas-. No queríamos molestarte tío. Nos vamos y ya está, no nos volverás a ver.
-Pues empezad a correr ya. -El viejo bajó la escopeta-. Y no os detengáis hasta que lleguéis a vuestras casas.
Los dos hombres echaron a caminar por dónde habían venido, pero el viejo les llamo de nuevo.
-¡Ignacio! ¡Federico!
Los dos se dieron la vuelta, muy despacio.
-¿Queréis saber qué llevo en mi trineo?
-No... yo no... por favor... -gimotearon.
-Os lo diré. Lo que llevo... para vosotros... ¡es carbón!
Los dos hombres estaban a punto de echarse a llorar, pero el viejo se echó a reír sin poder contenerse. Era una risa extraña, una risa casi inhumana, pero familiar al mismo tiempo. Sonaba algo así como "Ho Ho Ho".
-Largo de aquí, gilipollas -dijo.
Cuando por fin se quedó solo, el viejo gordo revisó las cuerdas de su carga, dejó la escopeta en el asiento y se subió al trineo. El reno de la nariz roja se volvió hacia él y le preguntó:
-¿Te has acordado de mi tabaco?
El viejo se metió la mano dentro del anorak y sacó un paquete de Ducados, lo abrió, se puso uno en la boca, aspiró una calada y luego se lo puso al reno en la boca. El reno aspiró hasta consumir casi  la mitad del cigarrillo y luego se lo comió.

-Joder -dijo-, no hay nada como un cigarrillo después del trabajo.

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