-Sí,
y todas las noches de luna llena sale de caza.
-Eso
es.
-Y
siempre acaba la noche teniendo sexo con hombres.
-A
veces también me los como, y a veces me los como pero no les hago el amor.
-¿Y
se siente culpable?
-¡Culpable!
¡Muy culpable! ¡En este mismo momento me repugna la sola idea de imaginarme
haciéndole el amor a un hombre! Sepa que mis remordimientos atroces me llevaron
a pedir ayuda a la Iglesia.
-¿Recurrió
usted a un sacerdote?
-Fue
mi primera opción. Ellos saben de esas cosas, hacen exorcismos.
-¿Y
qué ocurrió?
-Me
acerqué a confesarme… Me sentía tan avergonzado… y le conté al sacerdote toda
la historia que acabo de contarle, lo de las matanzas, lo del sexo, todo.
-¿Y
le practicaron un exorcismo? Sepa usted que este tipo de ritos a veces incluso
dan resultados. El fenómeno es muy sencillo –el doctor Rovira rió satisfecho-,
en el fondo lo que se consigue es que opere el mismo mecanismo de sugestión,
pero en sentido inverso.
-Ya…
-¿Y
bien, qué ocurrió?
-Ah.
No, no me practicaron un exorcismo. El sacerdote me dijo que el sexo entre personas del mismo sexo era pecado. Arrepiéntete, me dijo, porque eres un
pecador.
-Señor
Pujol, le voy a dar un consejo: no es necesario que recurra a sus fantasías.
Acepte al lobazo que lleva dentro, y sea feliz.
-Doctor.
¿Cree que podría curarme?
-No
puedo garantizarle nada, excepto que con un poco de terapia aprenderá a
conocerse a sí mismo, y dejará de hacerle falta el lobo.
-Bueno,
pero si no dejo de convertirme en lobo, ¿podría al menos dejar de ser marica?
-Voy
a contarle una cosa, señor Pujol, ya que ha confiado en mí.
El
señor Pujol, aturdido, temeroso, asintió preparado para escuchar.
-Verá,
a mí, como a usted, me gustan las mujeres, y también estoy casado –dicho esto
el doctor le guiño un ojo-, pero a veces, cuando la enfermera no está, siento
la… -parecía tratar de elegir la palabra adecuada-, necesidad, ¡sí!, siento la
necesidad de vestirme con sus ropas y mirarme en el espejo.
El
señor Pujol miró al doctor con un gesto entre preocupado y temeroso.
-¡Eso
no es nada malo! –El doctor se levantó, rodeó la mesa en dirección a su
paciente y le dio una amistosa palmada en la espalda-. Nosotros, los hombres, a
veces necesitamos descargar tensiones, ¿no es cierto? ¡Y no a todos nos sirve
el fútbol!
-Doctor,
no sé qué decir…
-No
diga nada, amigo mío, no diga nada. Por cierto, ¿hace algo el viernes por la noche?
FIN.
Quique Castro.
Kkoussselo, amigo mío, va por usted.
ResponderEliminarSe agradece enormemente, hermano. Te añoro!
ResponderEliminarjuajujjauajj!! La excusa del lobo-gay, muy buena.
ResponderEliminarLas imágenes muy curradas. Esta última es un lobo-cholo-gay muy divertida.
Lo mismo digo Alberto.
ResponderEliminarMafalda, yo tengo la teoría de que en realidad era un hombre lobo, pero vaya usted a saber.