sábado, 2 de junio de 2012

El transformista IV


-Sí, y todas las noches de luna llena sale de caza.
-Eso es.
-Y siempre acaba la noche teniendo sexo con hombres.
-A veces también me los como, y a veces me los como pero no les hago el amor.
-¿Y se siente culpable?
-¡Culpable! ¡Muy culpable! ¡En este mismo momento me repugna la sola idea de imaginarme haciéndole el amor a un hombre! Sepa que mis remordimientos atroces me llevaron a pedir ayuda a la Iglesia.
-¿Recurrió usted a un sacerdote?
-Fue mi primera opción. Ellos saben de esas cosas, hacen exorcismos.
-¿Y qué ocurrió?
-Me acerqué a confesarme… Me sentía tan avergonzado… y le conté al sacerdote toda la historia que acabo de contarle, lo de las matanzas, lo del sexo, todo.
-¿Y le practicaron un exorcismo? Sepa usted que este tipo de ritos a veces incluso dan resultados. El fenómeno es muy sencillo –el doctor Rovira rió satisfecho-, en el fondo lo que se consigue es que opere el mismo mecanismo de sugestión, pero en sentido inverso.
-Ya…
-¿Y bien, qué ocurrió?
-Ah. No, no me practicaron un exorcismo. El sacerdote me dijo que el sexo entre personas del mismo sexo era pecado. Arrepiéntete, me dijo, porque eres un pecador.
-Señor Pujol, le voy a dar un consejo: no es necesario que recurra a sus fantasías. Acepte al lobazo que lleva dentro, y sea feliz.
-Doctor. ¿Cree que podría curarme?
-No puedo garantizarle nada, excepto que con un poco de terapia aprenderá a conocerse a sí mismo, y dejará de hacerle falta el lobo.
-Bueno, pero si no dejo de convertirme en lobo, ¿podría al menos dejar de ser marica?
-Voy a contarle una cosa, señor Pujol, ya que ha confiado en mí.
El señor Pujol, aturdido, temeroso, asintió preparado para escuchar.
-Verá, a mí, como a usted, me gustan las mujeres, y también estoy casado –dicho esto el doctor le guiño un ojo-, pero a veces, cuando la enfermera no está, siento la… -parecía tratar de elegir la palabra adecuada-, necesidad, ¡sí!, siento la necesidad de vestirme con sus ropas y mirarme en el espejo.
El señor Pujol miró al doctor con un gesto entre preocupado y temeroso.
-¡Eso no es nada malo! –El doctor se levantó, rodeó la mesa en dirección a su paciente y le dio una amistosa palmada en la espalda-. Nosotros, los hombres, a veces necesitamos descargar tensiones, ¿no es cierto? ¡Y no a todos nos sirve el fútbol!
-Doctor, no sé qué decir…
-No diga nada, amigo mío, no diga nada. Por cierto, ¿hace algo el viernes por la noche?
                                                       
                                                                                                                             FIN.

Quique Castro.

4 comentarios:

  1. Kkoussselo, amigo mío, va por usted.

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  2. Se agradece enormemente, hermano. Te añoro!

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  3. juajujjauajj!! La excusa del lobo-gay, muy buena.

    Las imágenes muy curradas. Esta última es un lobo-cholo-gay muy divertida.

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  4. Lo mismo digo Alberto.
    Mafalda, yo tengo la teoría de que en realidad era un hombre lobo, pero vaya usted a saber.

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