jueves, 11 de febrero de 2016

El teleoperador y el fallecido: una historia real


Si yo leyera esta historia no me la creería, y si alguien me la contara pensaría que trata de gastarme una broma o que me quiere tomar el pelo, pero es rigurosamente cierta, lo sé porque me ocurrió a mí. Puedes pensar que me la he inventado, que se trata de una ficción inofensiva con el objeto de entretener a quien la lea, en tal caso cierra esta página inmediatamente, porque todo lo que vas a leer me ocurrió de verdad, y si lo escribo es tan solo para quitarme de encima la extraña sensación que me produce.


Hace cinco meses que trabajo en una empresa de telemarketing, ya sabéis de qué va este rollo, llamar sin descanso por teléfono a gente que no conoces, despertarles de la siesta, interrumpir a la jefa en su despacho justo cuando acaba de cerrar la puerta para tratar de seducir a su joven becario, acosar a sudorosos autónomos que conducen su furgoneta en medio de irritantes atascos, preguntar por fallecidos hace meses, o hace años, gritar para que te escuchen ancianos con problemas auditivos que hace mucho tiempo que sólo hablan con el gato (disecado y mohoso, encima del televisor)...

A lo que me dedico, concrétamente, es a pelearme con los que tienen la bondad de aguantarme y tratar de endilgarles una tarjeta de crédito. En realidad no les vendemos la tarjeta nosotros, lo que hacemos es convencerles de que reciban a uno de nuestros comerciales. Algunas veces consigues vender, y otras consigues que te cuelguen, o que te insulten; si te lo tomas con filosofía, puedes creer que formas parte de un servicio terapéutico telefónico.

A lo que íbamos. La semana pasada me contestó un tipo con voz letárgica, como si acabara de despertarse, no estaba de mala leche, pero estaba cansado de que le llamaran para tratar de venderle la tarjeta. Matías Fernández, se llamaba. Lo vi asequible, amable y medio conversador, así que me enganché a la yugular sin piedad. Conseguí que aceptara una visita para ese mismo día a las cuatro de la tarde.

Al día siguiente me vino el resultado de la visita: "Dice el comercial que el titular está fallecido".

¿Cómo que fallecido? ¿Fallecido?. ¿Fiambre? Pero si yo mismo había hablado con él la mañana anterior. tenía que averiguar qué era lo que había ocurrido.

- ¿Matías Fernandez?
- Sí, soy yo -Seguía teniendo la misma voz dormida.
- Matías, soy Enrique de (nombre del banco), el otro día quedamos en visitarle a su casa para hacerle entrega de la tarjeta Maxi Oro con Ribete de Platino e Incrustaciones de Diamantes, ¿se acuerda?
- Sí, me acuerdo.
- Parece ser que el comercial se pasó, pero no había nadie, ¿vive usted en la Calle Naniano Naniano, número pi?
- Ah... Bueno, no. Ahí vive mi mujer.
Parece que había dado con el problema.
- ¿Podría darme su dirección, por favor?
- Bueno, yo estoy en el cementerio de Poblenou, en el corredor H, tumba 44. La encontrará fácil, porque pone mi nombre, Matías Fernández.
- ¿Pe...Perdón?
- Sí, es que yo estoy muerto, ¿sabe usted? Fallecí de un ataque al corazón hace un año, me enterraron con el móvil porque se lo olvidaron en el bolsillo del traje, uno barato de Zara que me queda un poco corto de mangas.
- ¿Se trata de una broma, señor Fernández?
-Se lo que está pensando, un móvil al que no se le acaba la batería en un año...
- ¡Exáctamente!
- Es un misterio, señor vendedor, algo sobrenatural. Verá, es que en el último año no han dejado de llamarme una y otra vez, y como no me dejaban... descansar en paz se me ocurrió contratar la tarjeta. ¿Sabe si Iker Jiménez sigue con el programa ese friki? ¿Podría usted avisarle para que investigue el caso del móvil?

Pero yo soy un profesional, y no dejé que me distrajera.

- Señor Fernández, ¿está usted muerto?
- Así es, hace más de un año, ya se lo he dicho.
- Me parece muy bien, señor Fernández, pero ¿quiere o no quiere la tarjeta Maxi-Oro con Ribete de Platino e Incrustaciones de Diamantes?
- Bueno, es que no creo que vaya a usarla mucho, en mi situación actual.
- ¿Cómo que no, señor Fernández?, ¿no ve usted la tele? Según los telediarios, si Podemos ganara las elecciones se desencadenarían sobre la tierra las siete plagas, morirían cachorros de gatitos, se iniciaría el apocalipsis zombi. Imagine que vuelve usted a la vida, o a la no-vida, ¿quiere parecer un asqueroso tomate podrido con un traje que le queda largo de mangas? Además, la tarjeta es gratuita, excepto cuando tenga que pagar por ella.
- Visto así.
- Señor Fernández cuando vea usted los descuentos que le van a hacer, se va a quedar helado.
- Me muero de ganas de empezar a gastar.

Y esto fue lo que ocurrió, paciente lector, ¿que no te lo crees? Prueba a llamar por teléfono a "Residenciales" de dos a tres de la tarde, verás como sí que es posible.

Quique Castro.
  

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