El habitat natural de los vendedores telefónicos es una jungla a la que hay que saber adaptarse para sobrevivir, una intrincada selva de palabra oportunas y silencios traicioneros en la que unas pocas frases hechas sirven de senderos por los que transitar, y en los que un pequeño detalle puede significar la diferencia entre el éxito o el fracaso, entre comer o ser devorado. En esta selva habitan no pocos depredadores, cada uno con sus técnicas particulares que trataremos de desgranar a continuación.
La serpiente
La serpiente es una cazadora
nata, es taimada y peligrosa, y envuelve a sus presas poco a poco y
sin que se den cuenta en un abrazo tan letal como alevoso. Así es el
el teleoperador-serpiente, simpático, cercano y afable, saca
información del cliente sin que este se de cuenta y la usa para
engatusarle. La pitón de los vendedores es elegante y precisa y
nunca pierde de vista su verdadero objetivo, que no es caerle bien al
cliente, sino vender. Se trata, tal vez, de la reina de los
depredadores telefónicos.
El dragón de Komodo
Fuerte, feroz, persistente,
insaciable, dotado de unas garras terribles y unos dientes afilados
que lo convierten en la pesadilla de sus presas, no importa el tamaño
que estas tengan, así es el dragón de Komodo. Cuando hinca los colmillos en su presa, esta puede darse por perdida, ya que
las bacterias que segrega su saliva la acabarán envenenando. El
veneno va debilitando a la víctima, que además sufre el
hostigamiento infatigable de este fabuloso depredador. Así es el
teleoperador-dragón, una vez que el cliente descuelga el teléfono y
le deja hablar, ya no hay vuelta atrás, el dragón le acosará sin
descanso, rebatirá incesantemente, acabará con su paciencia y nunca
aceptará un no por respuesta. El dragón es un reptil carente de
empatía con un solo propósito: la venta. El cliente acabará
ofuscado, debilitado, desesperado y pronto se dará cuenta de que
sólo tiene dos opciones: colgar o comprar.
El camaleón
Pasa desapercibido, se
adapta a las circunstancias, su aspecto es afable y a veces puede
parecer despistado, pero cuando detecta a su presa es rápido y
preciso. El teleoperador camaleón puede ser todos y cada uno de los
vendedores depredadores: puede ser cordial y seductor como la
serpiente, infatigable y pendenciero como el dragón de Komodo, pero también puede ser dócil como el perro. El camaleón puede atacar con la altivez de un
ejecutivo agresivo o con la afable cordialidad de un humilde
empleado, escucha atentamente a todos sus compañeros, anota las
frases que le gustan de unos y otros y las usa según las
circunstancias. Si el cliente es de tal sitio, el teleoperador ofidio veraneará allí cada verano, si el cliente tiene un hijo, la serpiente tendrá dos, si se trata de un divorcio, ella se acabará de separar. Pero no debe confundirse esta estrategia de caza con el vil peloteo.
La mantis religiosa
La mantis religiosa es un
insecto pequeño que esconde a un depredador temible. Siempre atenta,
nunca baja la guardia, tiene un cuello que puede girar 180º para
observarlo todo, se camufla bien y no tiene piedad, tanto es así que
las hembras pueden llegar a comerse la cabeza del macho con el que
acaban de copular. El teleoperador-mantis religiosa se da más entre
las mujeres; son melosas, manejan como ningún otro depredador el
tono de voz, la palabra "cariño" forma parte de su arsenal
de caza y, con la misma frialdad que las hembras de mantis religiosa, son capaces de comerle la cabeza al cliente hasta que este, sin saber
cómo ni por qué, accede a todo lo que le pidan.
La planta carnívora
No corre, no salta, no
vuela, y sin embargo se trata de un depredador efectivo, aunque algo
aburrido de escuchar. Al contrario que el camaleón, el
teleoperador-planta carnívora siempre hace lo mismo, se presenta
igual y rebate con las mismas frases. Su éxito depende,
sencillamente, de esperar con paciencia a que haya un cliente incauto
que le aguante por cualquiera que sea el motivo. El éxito del
teleoperador-planta carnívora se basa en dos armas: estadística y
perseverancia: si repite el suficiente número de veces la misma
letanía, de modo indefectible acabará por caer alguna presa.
El perro
El perro es afable, cordial
y simpático. También es así el teleoperador-perro, empatiza
rápidamente con el cliente, le entiende y sabe caerle bien, rechaza
cualquier atisbo de discusión y jamás pierde la sonrisa telefónica.
El teleoperador-perro no es un depredador, es una víctima destinada
a engrosar las filas formadas por todos aquellos que, al cabo de un
mes o dos, dejarán la silla vacía para que la ocupe otro. El lugar
natural del perro es la recepción de llamadas, donde será valorado
y seguramente le aguarde un largo porvenir.
¿Y tú qué eres, presa o depredador?
Quique Castro.
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