Recuerdo un libro que había en mi casa cuando era pequeño, se titulaba “El ojo del pintor”, me parecía complicado y prefería hojear los comics de Flash Gordon o del Teniente Blueberry que guardaba mi padre. Un día le pregunté si acaso los ojos de los pintores eran diferentes, y me dijo que sí, que los pintores miraban las cosas de otra manera.
Yo me imaginé entonces que debían ver el mundo como a través
de un caleidoscopio, en una mezcla extraña de colores y formas; aunque sabía
que no se refería a nada parecido, esa era la idea que me venía a la cabeza. Lo cierto es que los pintores miran diferente, los escritores
leen diferente y los músicos escuchan de otra manera. No hace falta ser
creador, aquel que aprecia un Arte, sea cual fuere, acaba entrenando su
sensibilidad, aún sin darse cuenta. Al entrenar un músculo, este se fortalece,
y lo mismo pasa con nuestra capacidad para apreciar.
Otro recuerdo de cuando era pequeño, uno de mis favoritos, es
cuando mis padres me llevaron a ver “En busca del arca perdida”. Era domingo,
salíamos de casa de mis abuelos y el plan no estaba previsto, con lo que la
sorpresa fue mayor. Recuerdo la experiencia como algo abrumador, una sensación
de desconexión exagerada, de pertenencia a otro mundo. Más o menos con la misma
edad, seis años, mi madre me llevó un sábado por la tarde a ver “Una noche en
la ópera”, de los Hemanos Marx. “Te aburrirías”, me han dicho en más de una
ocasión, “una peli en blanco y negro, tan antigua”. No fue así; de hecho mis
carcajadas de loco se escuchaban en todo el cine.
Tal vez sean circunstancias como estas, tan casuales, las que
pueden marcar de por vida a una persona, porque desde entonces he perseguido
ese chute de alienación en mil películas, la mayor parte de las veces sin
conseguirlo.
Me gusta el cine como experiencia física, y, si cierro los
ojos, aún puedo recordar el olor del teatro Colón en La Coruña; una mezcla de
ambientador extraño, polvo en suspensión y la rancia tela de las butacas de
madera. Pero claro, la mayor parte del cine lo he visto en la tele. Mi padre, de
nuevo, tuvo la oportuna ocurrencia de sentarme a su lado a ver películas que
tal vez hubieran parecido poco apropiadas para un niño (por su antigüedad o
temática, simplemente), y así conocí a los grandes como John Ford o Peckinpah,
y vi pelís como “El hombre tranquilo” o ”Perros de paja” (no hablo por hablar,
recuerdo el momento).
El caso es que el gusto se va fraguando y diversificando, y así llegaron Allen, Bergman, Truffaut,
Scorsese… Uno prueba, elige o desprecia, y por el camino va aprendiendo. Y al
final, sin ser engreído, pero tampoco hipócrita, se considera capacitado para
dar su opinión, e incluso dictaminar si una película es buena o mala.
El problema es que esto a la gente no le gusta, nadie quiere
que le digan que la peli que le ha gustado es una bazofia, y se acogen al
respetable argumento de que no hay pelis buenas ni malas, sino pelis que te
gustan o que no.
¿Es así de verdad? Si a mí un musicólogo experto me dijera
que “Tristan e Isolda” es una obra maestra, yo no me atrevería a enmendarle la
plana, aunque me durmiera de aburrimiento en el Liceo mientras escuchaba esta
ópera. Y si me dijera que tal obra de Mozart es inferior a tal otra del mismo
compositor, yo podría decir cual me ha gustado más, pero no me atrevería a
desmentirle.
En el cine sí, en el cine nadie soporta que le digan que tal
peli es infumable, ¡no señor, será que a ti no te ha gustado! Y no digo que no
tengan razón. En todo caso, puestos a dar una opinión, debemos justificarla con
argumentos.
“Hay un montón de primeros planos”, “la cámara se mueve para
crear sensación de acción, y eso me marea”.
“Pues a mí me emociona”.
“El guión no es creíble”.
“¿Cómo que no?, Lo mejor es cuando ella dispara con efecto y
con la misma bala mata al malo, desactiva la bomba y apaga el despertador”.
Cierto que algunas veces películas malísimas artísticamente
(perdón), resultan ser unos productos comerciales de primera calidad. Otra cosa
es que a veces el experto mira la obra del arte con el cerebro, y no tanto con
el corazón, se pierde en disquisiciones teóricas y se olvida de mirar, no con
“el ojo del pintor”, sino con el del niño que fue. Y, como dijo Charlie Sheen
hablando de sus dos novias, en el medio está la virtud. Bueno, tal vez no fue
él, pero viene al caso.
Quique Castro.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarCreo que se te olvida mencionar Zulú y Memorias de Africa.
ResponderEliminarTambién las vimos juntos, una en la tele y otra en el cine.
Me llamó la atención que iniciaras el comentario con un libro de Andrew Loomis, que compré en Bilbao por los años sesnta y que aún anda por casa.
No me olvido, diría incluso que cuando fuimos a ver "Memorias de África" yo tenía 12 años, y que fue un día entre semana, creo que un martes, en el Cine Goya tal vez. "Zulú", a esa tendría que dedicarle un post entero. No sé porque la crítica la suele considerar una peli "entretenida" sin más, tirando a mediocre, a mí me parece una de las mejores que he visto. Tal vez sobran los primeros quince minutos, pero luego es espectacular hasta el final, y cuando sabes que todo aquello ocurrió de verdad, más todavía.
ResponderEliminar¿Recuerda cuando fuimos a ver Leaving Las Vegas? Más bien, ¿lo que hicimos después?
ResponderEliminarLo recuerdo, Conde, lo recuerdo... Libar por los dioses y, entre otras cosas, perseguir a un miembro de la nobleza que se ocultaba entre los coches tratando de escapar.
ResponderEliminarEl cine es al ojo inocente que no racionaliza a destiempo (una ventaja importante) lo que la palabra escrita, o la música, o la pintura, digamos, es al ojo que se mantiene en constante apertura y dispuesto siempre a que lo polinicen. El ojo del corazón como dice el narrador en el texto de arriba, es más importante de lo que creemos. Porque no hay Esto es Así, ni un Esto es de otra Manera. Hay millones de maneras y millones de ojos en un mismo ojo. ¿No se acerca acaso el cubo (un ojo geométrico y un poquito rígido) tratando de descubrir sus aristas al fluído y respetable círculo? Vamos porque ya fuimos. De un punto a otro punto, como los ojos de orillas de río truchero, que leí por ahí en un par de historias.
ResponderEliminarUROG de Holguín