sábado, 21 de abril de 2012

La mirada y el gusto



Recuerdo un libro que había en mi casa cuando era pequeño, se titulaba “El ojo del pintor”, me parecía complicado y prefería hojear los comics de Flash Gordon o del Teniente Blueberry que guardaba mi padre. Un día le pregunté si acaso los ojos de los pintores eran diferentes, y me dijo que sí, que los pintores miraban las cosas de otra manera.

Yo me imaginé entonces que debían ver el mundo como a través de un caleidoscopio, en una mezcla extraña de colores y formas; aunque sabía que no se refería a nada parecido, esa era la idea que me venía a la cabeza. Lo cierto es que los pintores miran diferente, los escritores leen diferente y los músicos escuchan de otra manera. No hace falta ser creador, aquel que aprecia un Arte, sea cual fuere, acaba entrenando su sensibilidad, aún sin darse cuenta. Al entrenar un músculo, este se fortalece, y lo mismo pasa con nuestra capacidad para apreciar.

Otro recuerdo de cuando era pequeño, uno de mis favoritos, es cuando mis padres me llevaron a ver “En busca del arca perdida”. Era domingo, salíamos de casa de mis abuelos y el plan no estaba previsto, con lo que la sorpresa fue mayor. Recuerdo la experiencia como algo abrumador, una sensación de desconexión exagerada, de pertenencia a otro mundo. Más o menos con la misma edad, seis años, mi madre me llevó un sábado por la tarde a ver “Una noche en la ópera”, de los Hemanos Marx. “Te aburrirías”, me han dicho en más de una ocasión, “una peli en blanco y negro, tan antigua”. No fue así; de hecho mis carcajadas de loco se escuchaban en todo el cine.

Tal vez sean circunstancias como estas, tan casuales, las que pueden marcar de por vida a una persona, porque desde entonces he perseguido ese chute de alienación en mil películas, la mayor parte de las veces sin conseguirlo.

Me gusta el cine como experiencia física, y, si cierro los ojos, aún puedo recordar el olor del teatro Colón en La Coruña; una mezcla de ambientador extraño, polvo en suspensión y la rancia tela de las butacas de madera. Pero claro, la mayor parte del cine lo he visto en la tele. Mi padre, de nuevo, tuvo la oportuna ocurrencia de sentarme a su lado a ver películas que tal vez hubieran parecido poco apropiadas para un niño (por su antigüedad o temática, simplemente), y así conocí a los grandes como John Ford o Peckinpah, y vi pelís como “El hombre tranquilo” o ”Perros de paja” (no hablo por hablar, recuerdo el momento).

El caso es que el gusto se va fraguando y diversificando,  y así llegaron Allen, Bergman, Truffaut, Scorsese… Uno prueba, elige o desprecia, y por el camino va aprendiendo. Y al final, sin ser engreído, pero tampoco hipócrita, se considera capacitado para dar su opinión, e incluso dictaminar si una película es buena o mala.

El problema es que esto a la gente no le gusta, nadie quiere que le digan que la peli que le ha gustado es una bazofia, y se acogen al respetable argumento de que no hay pelis buenas ni malas, sino pelis que te gustan o que no.

¿Es así de verdad? Si a mí un musicólogo experto me dijera que “Tristan e Isolda” es una obra maestra, yo no me atrevería a enmendarle la plana, aunque me durmiera de aburrimiento en el Liceo mientras escuchaba esta ópera. Y si me dijera que tal obra de Mozart es inferior a tal otra del mismo compositor, yo podría decir cual me ha gustado más, pero no me atrevería a desmentirle.

En el cine sí, en el cine nadie soporta que le digan que tal peli es infumable, ¡no señor, será que a ti no te ha gustado! Y no digo que no tengan razón. En todo caso, puestos a dar una opinión, debemos justificarla con argumentos.

“Hay un montón de primeros planos”, “la cámara se mueve para crear sensación de acción, y eso me marea”.

“Pues a mí me emociona”.

“El guión no es creíble”.

“¿Cómo que no?, Lo mejor es cuando ella dispara con efecto y con la misma bala mata al malo, desactiva la bomba y apaga el despertador”.

Cierto que algunas veces películas malísimas artísticamente (perdón), resultan ser unos productos comerciales de primera calidad. Otra cosa es que a veces el experto mira la obra del arte con el cerebro, y no tanto con el corazón, se pierde en disquisiciones teóricas y se olvida de mirar, no con “el ojo del pintor”, sino con el del niño que fue. Y, como dijo Charlie Sheen hablando de sus dos novias, en el medio está la virtud. Bueno, tal vez no fue él, pero viene al caso.

Quique Castro.

6 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Creo que se te olvida mencionar Zulú y Memorias de Africa.
    También las vimos juntos, una en la tele y otra en el cine.
    Me llamó la atención que iniciaras el comentario con un libro de Andrew Loomis, que compré en Bilbao por los años sesnta y que aún anda por casa.

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  3. No me olvido, diría incluso que cuando fuimos a ver "Memorias de África" yo tenía 12 años, y que fue un día entre semana, creo que un martes, en el Cine Goya tal vez. "Zulú", a esa tendría que dedicarle un post entero. No sé porque la crítica la suele considerar una peli "entretenida" sin más, tirando a mediocre, a mí me parece una de las mejores que he visto. Tal vez sobran los primeros quince minutos, pero luego es espectacular hasta el final, y cuando sabes que todo aquello ocurrió de verdad, más todavía.

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  4. ¿Recuerda cuando fuimos a ver Leaving Las Vegas? Más bien, ¿lo que hicimos después?

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  5. Lo recuerdo, Conde, lo recuerdo... Libar por los dioses y, entre otras cosas, perseguir a un miembro de la nobleza que se ocultaba entre los coches tratando de escapar.

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  6. El cine es al ojo inocente que no racionaliza a destiempo (una ventaja importante) lo que la palabra escrita, o la música, o la pintura, digamos, es al ojo que se mantiene en constante apertura y dispuesto siempre a que lo polinicen. El ojo del corazón como dice el narrador en el texto de arriba, es más importante de lo que creemos. Porque no hay Esto es Así, ni un Esto es de otra Manera. Hay millones de maneras y millones de ojos en un mismo ojo. ¿No se acerca acaso el cubo (un ojo geométrico y un poquito rígido) tratando de descubrir sus aristas al fluído y respetable círculo? Vamos porque ya fuimos. De un punto a otro punto, como los ojos de orillas de río truchero, que leí por ahí en un par de historias.


    UROG de Holguín

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