domingo, 6 de mayo de 2012

Una historia con final feliz


Tabitha llegó del Dunking Donuts en el que trabajaba, dejó las bolsas de papel con la compra encima de la mesa y se abrió una Cocacola. Al tirar la chapa en la basura vio las hojas arrugadas y le picó la curiosidad. Cuando Steeve volvió del instituto en el que acababan de contratarle para dar clases de lengua, se encontró a su mujer cocinando y sus cuatro páginas con manchas de ceniza y salsa de carne encima de la mesa de la cocina.
-No tenías que haberte molestado, no vale mucho.
-A mí me ha gustado.
-No sé cómo seguir, me he metido en un buen berenjenal.
-¿Qué tienes en la cabeza?
-¿Te acuerdas el verano pasado, cuando trabajé de conserje en el instituto?
-Claro.
-Una tarde tuve que ir con el fontanero a limpiar los vestuarios de las chicas, fue raro-. Tabitha sonrió-. Quiero decir, es como el de los chicos, pero al mismo tiempo es totalmente diferente. No tiene los meaderos en las paredes.
-Cierto.
-Y también están esos cubos metálicos. No sabía para qué eran, así que le pregunté a Harry.
-¿Y qué te dijo Harry?
-Que eran para tirar los “tapachochos”.
-Harry es un poeta.
-Sí, el caso es que allí, en el gimnasio de las chicas, me acorde de Sondra.
Tabitha arrugó la frente.
-¿Quién es Sondra?
-Era la típica chica de la que se burlan todos en el instituto.
-¿Tú te burlabas de ella?
-No, yo no… bueno, supongo que también puse mi grano de arena.
-Y querías escribir sobre Sondra.
-No lo sé. Me imaginaba a una chica que le llega su primera menstruación, pero no sabe lo que es y cree que se está muriendo, entonces las demás chicas se ríen de ella y reacciona, contraataca. 
-¿Y qué hace?
-Dicen que muchos casos de polstergeist en realidad son debidos a la telequinesis.
-¿Eso dicen?
-Sí, y también dicen que sucede sobre todo con chicas que están en el inicio de la adolescencia.
-Deberías seguir con la historia.
-No sé, no me emociona, y la protagonista no me cae bien, es muy pasiva, ni siquiera cuando ocurren las cosas parece que sea asunto suyo.
-Bueno, ese es tu trabajo, hacer que lo sea.
-Ya…, pero qué sabré yo de niñas que tienen su primera regla. Además, creo que tendría que hacer más larga la historia para desarrollar la idea, y así no me la comprarían en ninguna revista. Tenía pensado enviarla a Playboy, ¿sabes lo que pagan en Playboy por un cuento?
-Olvídate de Playboy, Steeve, y escribe esa historia -dijo Tabitha devolviendo los papeles a su marido.
No es que el trabajo en el instituto fuera duro, era mucho peor cuando estaba en la lavandería y llegaban las sábanas del hospital de Bangor manchadas de sangre, o los manteles de los restaurantes de la costa de Maine con olor a marisco podrido y aquellos gusanos que le subían por los brazos, pero el instituto le dejaba mentalmente exhausto, vacío. Aún así acabó su historia y se la mando a Bill Thompson, un tipo que conocía que trabajaba en Doubleday. Y se olvidó del tema.
Unos meses más tarde Steve estaba en la sala de profesores corrigiendo exámenes cuando se encendió el intercomunicador y la secretaria le informó de que tenía una llamada de su mujer. En casa todavía no habían puesto teléfono, así que Tabitha tenía que estar llamando desde casa de los vecinos. Steeve rezó para que no les hubiera pasado nada a ninguno de los niños.
-¿Tabby?
-¿Steeve?
-Tabby, ¿qué pasa?
-Tanquilo, tranquilo. Ha llegado un telegrama de Doubleday.
-¿Qué dice?
-Espera… sí… dice “FELICIDADES. CARRIE YA ES OFICIALMENTE DE DOUBLEDAY. ¿QUÉ TAL 2500 DE ADELANTO? ESTO SÓLO ES EL PRINCIPIO. UN ABRAZO.

Quique Castro.
Basado en "Mientras escribo", de Steephen King.

6 comentarios:

  1. Dos mil quinientos no estaba mal, por fin podría cambiarle la transmisión al coche, además del orgullo de que fueran a publicarle, pero Bill tenía razón aquello sólo era el principio.
    Al anochecer, sentados en la cama y charlando, Tabby le preguntó si podría dejar las clases en el instituto. Steeve sonrió al imaginarlo, pero confesó que no lo creía.
    -¿Cuánto podrías ganar si Doubleday vendiera los derechos de reedición?
    -Si logran colocar la novela, cosa que está por ver, no sé, tal vez entre diez mil y sesenta mil dólares.
    -¡Sesenta mil dólaras!
    -Sí, pero no cuentes con ello.
    Aquella noche Steeve se durmió imaginando la llamada de Doubleday para informarle de que habían logrado vender los derechos de la novela. Fue una noche agradabe.
    Volvieron a pasar los meses, Carrie volvió a quedar en el olvido y Steeve comenzó una nueva novela, una especie de historia costumbrista de vampiros que tenía lugar en un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra. Era domingo, Tabitha estaba con su hermana y Steeve estaba solo en casa escribiendo cuando sonó el teléfono. Los dos mil quinientos dólares, al menos, habían servido para poner línea. Era Bill Thompson.
    -Steeve, ¿estás sentado?
    -No, ¿debería?
    -Te lo aconsejo –dijo Bill-. Los derechos de Carrie en bolsillo se los ha quedado Signet Books por cuatrocientos mil dólares.

    Quique Castro.

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  2. Al escuchar eso Steeve se quedó petrificado mirando hacia Tabitha. En realidad no la miraba a ella, su mirada era una mirada vacía, perdida, con un brillo de locura en el fondo de sus pupilas.
    - Steeve ¿estás ahí?
    - Gracias Bill - dijo entre dientes, y colgó el teléfono.
    - ¿Qué ocurre, es algo grave? - preguntó Tabitha.
    - Creo que podremos comprarnos la tv que tanto desean los niños.

    Sir Angus McCoru

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  3. Apruebo lleno de júbilo su tratamiento de Sir Angus McCoru. Me gusta, me gusta. 400.000 de la época daban incluso para una tele en color con mando a distancia de esos de los de cable.

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  4. Se mantiene. Tiene la agilidad del corrientazo venenoso de una cobra. En la vida son importantes las Tabitas. Buen motor. Y la sombra de Sondra no decae.

    Un abrazo, U. R. Olivero

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  5. Qué hubiera sido de nosotros, a los que nos gusta y disfrutamos leyendo a este genio, si no hubiera existido Tabitha?

    Todos los escritores o los que aspiran a serlo deberían tener una en su vida.

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  6. Con una Monika ya irían más que sobrados.

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Aullidos