lunes, 20 de octubre de 2014

"Easy Rider: buscando mi destino".

Hace poco he vuelto a ver "Easy Rider: buscando mi destino", la exitosa y alucinada película que dirigió Dennis Hooper y que, siquiera por una década, hasta la llegada de "Tiburón" (1975), y "Star Wars" (1977),  pervirtió los cánones del viejo sistema de estudios y significó el pistoletazo de salida a esa corriente que se conoce como "Nuevo Hollywood". Es una peli interesante y entretenida, aunque en esta nueva "era dorada de la tele" en la que reinan los antihéroes ("Breaking Bad", "Mad Men", "Banshee"...) ya nadie vaya a llevarse las manos a la cabeza por las andanzas de un par de traficantes de poca monta.

Los dos protagonistas, Billy y Wyat (por Wyat Earp), también conocido como el Capitán América, acaban de vender un alijo de cocaína e inician un viaje rumbo a Nueva Orleans para participar en el Mardi Gras. A lo largo de su camino asistimos a una serie de peripecias en las que se encontrarán con personajes pintorescos y arquetípicos que dibujan la realidad del pueblo americano.

Si bien se trata de dos tipos pacíficos y bastante enrollados (aunque propensos al desfase y al flipe) son observados  con recelo por todos los personajes que se encuentran, desde un granjero que les da de comer y les deja su establo para que arreglen las motos, hasta un sheriff que les arresta simplemente porque no les caen bien. Será en la celda de este pequeño pueblo donde conozcan a George Hanson (Jack Nicholson), abogado que decide unirse a ellos y que al final muere asesinado por unos pueblerinos que les miran con malos ojos por llevar el pelo largo y que son el reflejo de la vieja américa que no entiende ni asume los cambios que están transformando su país.

Es en esta época convulsa y de profundos cambios en la que encajamos a los alucinados Billy y al Capitán América en su periplo americano, reconstrucción de los viejos cowboys que atravesaban las grandes llanuras para transportar decenas de miles de cabezas de ganado, o incluso caravanas de mujeres; sólo que ahora cada uno monta una Harley, y lo que antes eran vacas y dinero sudado ahora es pasta fácil producto de la venta de un alijo de coca que llevan oculto en sus depósitos de gasolina. Los grandes valores americanos encarnados en la piel de solitarios héroes han sido transustanciados en el nihilismo de dos perdedores de moral cuando menos ambigua. En este sentido tal vez vaya la famosa frase del Capitán América antes del final, “La hemos jodido”, que podría significar el epitafio de una América en la que una mitad son paletos retrógrados y la otra nihilistas en busca de placer.

La película fue un éxito de taquilla y crítica inesperado, e inauguró una corriente contracultural en el cine de los Estados Unidos heredada directamente de la nouvelle vague francesa. A pesar de su rodaje tortuoso, Dennis Hopper sabía lo que hacía mientras rodaba, y supo darle al film ese aire poco academicista y pretendidamente descuidado que tanto le había gustado en “Á bout de souffle” (1960). 

Pero si como director Hopper había resuelto la papeleta, no podemos decir lo mismo del Hopper montador. Según Bill Hayward, productor asociado de la película, Hooper era tan malo que tuvieron que pagarle unas vacaciones en Nuevo Méjico a él y a su mujer para apartarlo de la película. De hecho, la mejor versión para él era un montaje de cuatro horas y media, y  tan pagado de sí mismo estaba que se negaba a quitar un solo fotograma.


“Easy Riders” es el fresco de una América bipolar y angustiosa poblada por unos caracteres que, bien son nihilistas sin destino y sin finalidad, bien caricaturas de un pasado estancado que se niega a mirar al futuro. Tal vez hoy en día ya no nos parezca tan transgresora, ni estética ni argumentalmente, e incluso por momentos la veamos un poco antigua, pero todavía merece la pena ver a un joven Jack Nicholson con su traje de picapleitos y un casco de fútbol americano de paquete en la moto de Dennis Hoper, rodando junto a Peter Fonda, rumbo a un eterno carnaval.

Quique Castro.

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