En 1963 una bala hizo encaje de bolillos en la
cabeza del presidente Kennedy, arrancando de cuajo la inocencia del pueblo
americano, y los acordes de Jimmy Heindrix se encargaban de poner la banda
sonora a la guerra de Vietnam. Es la época de The Doors, del LSD, de Classius
Clay, Woodstock y las revueltas raciales. Los apóstoles del Nuevo Periodismo
Tom Wolfe y Norman Mailer se zumban de lo lindo y Capote transgrede los géneros
a sangre fría mientras Andy Warhol convierte en musa y producto pop a Marilyn.
En España se inventa la fregona, el Duo Dinámico canta a una barely legal y Berlanga y Azcona mantienen el pabellón alto. Mientras tanto, los grandes estudios de Hollywood
están presididos por nonagenarios perdidos que no se dan cuenta de dónde se ha
metido su público, y que son incapaces de atisbar la realidad desde las
tumbonas de sus lujosas mansiones de Beverly Hills.
La anterior época había sido la que se conoce como era dorada de
Hollywood, iniciada allá por los años 30, cuando Irving Thalgberg (last tycoon
cantado por Fitzgerald) inaugurara la época de los productores-directores que
metían sus manos en la película, y en la que los estudios tenían el poder
absoluto, ya que a los directores no se les consideraba más que artesanos,
gestores cuya misión era sacar adelante un producto que, además, era claramente
identificable, ya que cada productora tenía su estilo propio. Lo curioso es que los principales reivindicadores
de estos directores fueran los Bazin, Goddard, Truffaut… que, años más tarde,
revolucionarían el cine preconizando la idea del director-autor por encima del
director-artesano a través de las páginas de “Cahiers du cinema” o de sus
entrevistas admirativas a algunos de sus ídolos (Truffaut a Hitschcock, Goddard
a Fritz Lang…).
Será esta generación del Nuevo Hollywood la que
devuelva la gloria a la cinematografía americana con nombres como Peter
Bogdanovich, John Cassavetes, William Friedkin, Bob Fosse, Mike Nichols, Brian
de Palma, Hal Ashby, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Steven Spielberg,
George Lucas y Woody Allen, que pasaba por allí.
Este movimiento en concreto duraría una década
nada más. Steven Spielberg con “Tiburón” (1975) y George Lucas con “Stars Wars”
(1977) lo reventarían dando paso a la era de los blockbusters. Si la era dorada
de Hollywood había sido la de las productoras, y los 70 fue la del Nuevo
Hollywood, los 80 darían paso a la era de las distribuidoras, con conceptos
como “película de verano” y “primera semana de taquilla”, es decir, el cine
palomitero de rápida recaudación, con estrenos en cientos de cines a la vez,
mucho merchandising y siempre siguiendo los gustos del público (y si los que
van al cine en los Estados Unidos son mayoritariamente adolescentes… ya sabemos
lo que toca).
Quique Castro.
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